CONSCIOUSNESS LIES
Hacía tiempo
que el despertador andaba en el paro. La luz de la mañana desayunaba en la cama
con brutal confianza y entonces se dio cuenta de que estaba sola. Apoyando las
manos sobre el colchón logró incorporarse. Con ellas consiguió sacar las
piernas de entre las sábanas y posarlas sobre las zapatillas. Su cuerpo
presentó quejas al ponerse de pie pero la boca permaneció cerrada. Alcanzó el
baño y se lavó la cara en el lavabo. Se miró en el espejo con resignación pero
sin llorar. Agarró unas horquillas y tras abrirlas con los dientes las enlazó
en su pelo color de luna, dejando el rostro despejado y lleno de surcos como la
corteza de un alcornoque.
Salió
valiente. Se presentó en el salón y allí estaba él. Perfectamente vestido,
perfumado y peinado como si fuera domingo. Sosteniendo el periódico con ambas
manos, alzó la mirada por encima de sus gafas de leer.
-
Buenos días, preciosa.
Sobre la mesa
reinaba una rosa bermellón en un vaso alto con dos dedos de agua. Sobre el
mantel blanco un plato con un par de rebanadas de pan tostado colocadas con
cuidado. Delante, una taza de leche, un sobre de café descafeinado y el tarro
del azúcar semiabierto por culpa de una cucharilla que asomaba curiosa. A la
izquierda del plato, un bote de mantequilla sin sal y un par de servilletas de
papel. A la derecha, un cuchillo de punta redonda.
Soltó el
periódico sobre el sofá y se levantó con lentitud pero sin temblor. Se acercó a
ella y la abrazó con cariño, dejándole en la mejilla una traca de besos
silenciosos. Ella lo recibió con los brazos caídos y ante la insistencia de él,
posó las manos sobre sus caderas y regaló un beso suave. Lo apartó de sí con
delicadeza.
Después caminó
con cuidado hasta la mesa. Arrastró la silla que gritó desagradablemente como
un violín desafinado. Se sentó y desayunó como quién no tiene ninguna prisa ya
por nada. Y era verdad. Buscó las pastillas con la mirada, pero no estaban
sobre la mesa. Miró hacia el sofá y él no estaba. Giraba su cuerpo al otro lado
cuando se encontró con una mano tendida y dos cápsulas en ellas. Levantó la
mirada y allí estaba él sonriendo y pasándole una caricia lisonjera por la
espalda. Las tomó.
Se vistió sin
exigencia y en cuestión media hora ambos caminaban por el paseo marítimo. El
océano murmuraba sin violencia aquel día. Caminaban al paso que ella alcanzaba
a dar, cogidos de la mano. Él le hablaba de tiempos pretéritos, de familiares
desaparecidos y amigos olvidados. Ella intentaba retener un segundo de brisa
marina. Cerraba los ojos. Él tiraba de anécdotas recicladas que ya no
rescataban ninguna sonrisa dormida. Ella abrazaba en su oído el crepitar de las
olas en la orilla.
Se sentaron en
un banco de hormigón, tan malcarado como incómodo. Él se levantó. Ella respiró
hondo y ni siquiera miró a dónde iba. Apareció por detrás con una rosa blanca
en los dedos.
- No debiste
arrancarla. Morirá. – dijo ella-.
- Lo hará en
tus manos o en tu pelo. Me perdonará, si no lo ha hecho ya. – contestó él -.
Ella no pudo
contener una leve sonrisa y lo miró con cariño.
- Ven. - Le dijo –
Él se agachó
con torpeza y ella lo abrazó agradecida. No duró mucho pero lo suficiente como
para inflar unos pulmones ancianos y afectivos.
- Ayúdame a levantarme. –pidió -.
Él la ayudó y
continuaron caminando. Ella sonreía mientras él seguía con su conversación,
saltando de un tema a otro e intercalando bromas que asediaban su nostalgia y
la herían de risas irremediables. Se pararon en un bar y degustaron algo de
pescado y marisco. Él tomó vino y ella agua. Después volvieron a casa. Ella
volvió a recobrar el silencio. En un momento del paseo ella perdió el
equilibrio, pero él aguantó con fuerza todo su peso y el suelo apenas pareció
alzarse ni el cielo descendió lo más mínimo. Ella pidió perdón y él la excusó
culpando las irregularidades del enlozado y la indolencia consistorial.
Llegaron a
casa. Él encendió el televisor y se sentó frente a él. Ella se sentó en una
silla acusando molestias en todas las articulaciones de su osamenta. Abrió una
revista y se quedó mirando una foto en la que una chica popular bailaba en
aparente estado de embriaguez. El titular la descalificaba. Empezó a
pensar en su adolescencia, en su juventud. Se acordó de su madre y también de
su hermana. Lo miró. Él parecía divertirse con la televisión. Entonces ella
repasó su vida entera en un minuto, como si estuviese a punto de morir. Se vio
de nuevo en el punto inicial del día. El corazón empezó a latir con fervor y
sintió aridez en los labios y la lengua. Se levantó de golpe.
Él la miró con
estupor en los ojos. También se levantó pero despacio, sin apartar ni un
segundo su mirada de los ojos de ella, sin pestañear. Entonces ella abrió la
boca:
-
Te odio. Te odio más de lo que te haya podido
querer nunca. Te odio por quererme tanto, por obligarme a quererte con tanto
abrazo y tanto beso de mierda. Te odio por conocerme, por averiguar lo que me
gustaba y hacer tanto por dármelo. Yo no quería esto, esta vida asquerosa, esta
vida perfecta. Yo quería vivir sola, vivir mi vida. Haber hecho lo que me
saliera del coño. Haber sufrido, sufrido mucho y que las cosas fueran difíciles
y pensar en lo injusta que es la vida, y viajar y follar con muchos hombres,
¡joder! Te odio por vencerme. Por conseguir que me quedara contigo, por hacerme
feliz, feliz a tu manera y no a la mía. Te odio por quererme tanto. Tanto que
consiguieras que acabara queriéndote. ¡Te odio por ello! ¡Te odio!
Miró un marco con una foto de sus
hijos y lo golpeó con violencia, estrellándose contra el piso.
-
¡Y no quería ser madre! ¡Nunca soñé serlo! Te
odio, ¡joder! y nunca te voy a perdonar lo que me has hecho. Óyeme bien,
¡Nunca! ¡Me has arruinado la vida! ¡Te odio!
Se echó las manos en la cara aunque sin
conseguir contener la catarata de lágrimas que ya descendía desbocada. El
lamento en su garganta ya era una estampida de ñúes imposibles de contener. Las manos temblaban sin permiso. Los
labios se disparaban.
Él se acercó y la abrazó para siempre.
Comentarios
Si me permites te sigo, un fuerte abrazo desde Uruguay.
Pues mira que me has tomado desprevenida, iba leyendo pensando en lo apacible de sus vidas y al leer esta reacción, sonreí, las mujeres solemos callar mucho tiempo pero de nada sirve si al final se sale con esto, mejor de a poquito dejar saberlo no?
En verdad, lo que muchos creen que es perfecto y felicidad para otros no sirve y no lo has podido describir mejor con tu relato, es muy bueno, te felicito!
Gracias por pasarte por mi espacio, hasta pronto!
Un abrazo.
Sólo te pondría un "pero". ¿puedo?La última frase me descuadra un poco. Realmente, atendiendo a la personalidad del personaje, ese abrazo era lo que cabía esperar de él, por ese afan que tiene de hacerle la vida facil. Pero no sé, quizá esperaba una reacción que chocara tanto como la que tiene ella. Esperaba antes de leer la última frase que él no iba a saber cómo reaccionar y se quedaría pasmado en vez de ir a abrazarla. Quizá por eso me descuadró un poco. ¿Te imaginas que en vez de reaacionar así, hubiera reaccionado de forma un tanto agresiva? hubiera destapado un lado oscuro inesperado, jeje..
Bueno, ya no me enrollo más con mis pamplinas que te voy a aburrir, jejeje.. Que nada, que te doy la enhorabuena, que me ha gustado mucho el relato. De verdad. A mi a ver si me entra un poco de inspiración que hace un montón que no escribo nada que no quepa en un tweet o en un estado de facebook, ays.. jaja..
Un beso. Angie.
pd: por cierto, cuál es el volumen 1. creo que ese no lo he leido.
Me ha gustado tu narración, es muy clara.
Hace poco leí "LA SOMBRA DEL VIENTO" de Carlos Ruíz Zafón.
y estuvo muy bueno, seguro lo que estas leyendo también lo es.
Saludos grandes.
Siempre apuntas a momentos del relato en los que tuve que meditar mucho. Muy fina tú, jeje.
Si él reacciona de otra manera distrae la atención de lo que realmente importa. Esa fue la conclusión a la que llegué después de mucho pensarlo.
De todas formas da para charlar largo y tendido sobre ello. Ese es uno de los objetivos de lo que escribo: dar qué pensar.
Un abrazo, guapa.
Te dejo un saludo
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