EL IMPRESIONISMO
Se habían citado en el Museo del
Hermitage. San Petersburgo. Llevaba tres meses instalada en el histórico barrio
de Colomna, junto al mercado Nicolsky, a orillas del canal Griboedov. Aún no
conocía la ciudad en profundidad y el museo le pareció un buen lugar. No sabía
si estaba haciendo bien. Habían pasado quince años desde la última vez que lo
vio. Él siempre mostró un extraordinario interés por mantener el contacto, pero
ella era demasiado perezosa para esas liturgias. Vivía muy al día y su trabajo
le imponía un ritmo frenético a su vida. Llegó al museo veinte minutos antes de
la hora concertada, paseó un poco por las galerías y él no estaba. Recordó
entonces lo impuntual que fue siempre, lo informal y espontáneo que era. Lo
salvaje. Todo lo contrario que ella. Tal vez eso fue lo que la enamoró tanto.
Recordó cuanto reían juntos y lo bien que besaba. Sí, la verdad es que nunca la
habían vuelto a besar como él lo hacía. Entre recuerdos y galerías llegó a la
sala del siglo XX. Se sentó en un banco de cómoda apariencia frente a un cuadro
de Monet, concretamente ‘Mujer en el
jardín’. El impresionismo siempre le fascinó. Estuvo cinco minutos mirando
fijamente aquella obra. Disfrutó de aquellos cinco minutos como hacía mucho
tiempo que no hacía, mezclando las emociones estéticas de aquella obra con los
sentimentales recuerdos de su romance. Y entonces lo vio claro. Se dio cuenta de que era mejor
disfrutar de aquella historia desde la distancia, igual que aquellas obras de
Monet, Degas o Abbati. en las que el color, las líneas y las formas parecen
perfectas vistas desde lejos pero que al acercarte encuentras que todo es
difuso y defectivo.
Segundos
después apareció él. Se sentó a su lado y antes de que pudiera decir nada, ella
le selló los labios con un beso y se fue.
Comentarios