LA BORRACHERA
Nicasio estaba desesperado. No
soportaba más la situación. Su mujer lo traía por la calle de la amargura. No
le dejaba ni respirar y aún menos desde que se quedó parado. Entendiendo que la
situación era ya insostenible y viendo que no le quedaba ninguna salida, compró una
pistola. Bajó a la calle, se metió en el bar de enfrente y se cogió una
borrachera de padre y muy señor mío. Salió del bar dando tumbos y, a duras
penas, se metió en el callejón que lindaba con el bloque de pisos donde vivía.
Apenas podía mantenerse en pié y no distinguía ni lo que tenía a una cuarta de
sus ojos. Se apoyó en una farola junto a unos contenedores de basura y sacó el
revólver. No se lo pensó dos veces. Se lo puso en la sien y apretó el gatillo.
El primer disparo rebotó en la fachada del tercer piso y alertó a los vecinos. En
el segundo intento acabó desafortunadamente con la vida de una pobre lechuza.
El tercero le rozó la oreja y acabó destrozando la luminaria de la farola
dejándolo todo a oscuras y tirando al suelo al pobre Nicasio. Desde el
pavimento, entre el olor de la basura y la pólvora, cubierto de penumbra y
rebosante de alcohol Nicasio pensó que había caído en el infierno. Entonces,
desde el quinto piso se oyó una voz: ¡Nicasio! ¡Nicasio, sube! ¡Subeee! Y el bueno
de Nicasio, borracho como una cuba, miró hacia arriba y pensó: ¿Cómo cojones ha
llegado esta hija puta al cielo? Pues vaya par de opciones, me quedo en el
infierno o subo al cielo con ella como si fuera un costalero. Me mato otra vez.
Nicasio volvió a colocarse el revolver en la cabeza y disparó como si llevara
toda la vida haciéndolo. El proyectil no le hizo el más mínimo daño y tomó una
trayectoria ascendente. Se sintió rebotar la bala en una esquina de la fachada y luego en una ventana. Dos segundos después se oyó un zambombazo de ochenta y
cinco kilos en el contenedor de reciclaje orgánico. Nicasio levantó las cejas y
ahuecó la boca. Se acercó intentando que sus dos piernas se pusieran de acuerdo
para no volver a besar el suelo y se asomó al contenedor. El cuerpo sin vida de
su esposa yacía en el interior encharcado en sangre. Entonces, una fuerte luz
inundó el callejón. Nicasio se asustó creyendo que la acción divina hacía acto
de presencia. El claxon del camión de la basura lo despertó de su alcohólica mística
y lo devolvió a la tierra. Dos operarios se bajaron del vehículo, cogieron el contenedor
donde se encontraba el cadáver de su difunta esposa y lo volcaron en la
trituradora del camión. Nicasio se quedó petrificado. Antes de irse uno de los
operarios se dirigió a él: Buenas noches. ¿Buenas noches?, dijo Nicasio, no lo
sabes tú bien.
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