VIVIMOS BAJO EL YUGO...
Vivimos bajo el yugo de su poder
infinito. Nos presiona a su gusto como si fuera nuestro propio corazón, nuestro
ritmo cardíaco. Juega con nosotros a que nos creamos que somos capaces de
dominarlo, de manejarlo a nuestro antojo, pero bien sabe él, y también
nosotros, que no es cierto; que acontece como las olas, la rotación del
planeta, el movimiento de las placas tectónicas… con fuerza y sin permiso. Besamos
y viene a decidir cuánto. Olvidamos y vuelve a traernos algo que no sea de
ahora, ni sirva de nada. Corremos y ríe a carcajadas, que repican en todos los
tiempos y civilizaciones, y es de nosotros, claro, lo de reírse, digo. Sabio
como él solo, lleva en su agenda la eternidad y la noche. La muerte también la
lleva. Tiene una mano grande y la otra chiquita y es absolutamente injusto como
el ser humano. Así que da con una o con otra según le apetece. Y así vive a
nuestra costa, por y para nosotros, también contra. Pero a veces, solo a veces,
y cada vez menos según mi propia experiencia, se confía. Sí, a veces se confía y
pasa por alto que el hombre es un ser poderoso. El más poderoso diría yo, aún a
riesgo de polémicas deliciosas. Es, entonces, en ese descuido de certidumbre que
lo agarramos bien por el gañote y lo estrangulamos. Apretamos los dedos hasta
cerrar las manos y disfrutamos viendo su cuerpo inerte sobre la alfombra o el
suelo, el sofá o la cama, el jardín o la calle, la orilla del mar o la ladera del
monte. Es la fuerza que demostramos a veces los hombres (como sustantivo
neutro, por supuesto) para conseguir rebelarnos contra todo este imperio
dictatorial y opresor, contra todo cuanto se nos impone, sea lo que sea, venga
de donde venga, por los siglos de los siglos. Es el momento aquel en el que paramos
unos minutos y por fin conseguimos matar el tiempo.
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Un abrazo