UNA DE CADA DÍA
Salió
de la cafetería después de haber degustado una taza de capuccino caliente.
Caminó pensando en los errores que había cometido en su vida. En aquellos que
podía admitir, al menos. La cobardía de determinados momentos, la ferocidad de
otros, la excelsa inocencia que derramó tantas veces…. Las personas somos
complicadas, concluyó. Fue consciente de que hizo que todo fuera bastante más
difícil de lo que posiblemente era. Que esperó a que ella le ofreciera aquello
que necesitaba en lugar de pedirlo. Que negó lo que deseó tanto por culpa del orgullo
y calló demasiado lo que sentía hasta llegar a ahogarse muchas veces. Así se
pasó el tiempo, cediendo ante detalles cotidianos que marcaron el ritmo de sus
relaciones humanas, y peleando por chiquilladas que, por uno u otro motivo, le
ofendían. Se metió las manos en los bolsillos, levantó la barbilla y dejó que el
fresco del mes de enero le bailara en la cara. No soy perfecto, se dijo a sí
mismo. Sonrió y siguió caminando. Alcanzó la orilla del río, puso un pié en el
agua y después el otro. Lo cruzó andando. Llegó a la puerta de un edificio de
veinte plantas. Miró arriba. Trepó por la fachada hasta ascender al ático.
Atravesó la pared y allí estaba ella. La mujer con la que había compartido
media vida y con la que había roto su relación hacía más de un año. La miró a
los ojos ante el estupor de ella y le pidió perdón. Después salió por la
puerta, bajó por las escaleras y cruzó el río a nado en dirección inversa. Llegó
a su casa vacía y se acostó solo, como cada noche, pero esta vez con una
sonrisa en los labios.
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Un abrazo.