EL PRESIDENTE
Parecía
un poco nervioso. Acababa de jurar el cargo y se disponía a realizar su primer
discurso oficial como presidente de la nación. Era joven, su carrera una
explosión de virtud y velocidad nunca antes ejercida. Se crió en los mejores
colegios nacionales y luego en el extranjero. Se licenció en la universidad de
mayor prestigio del mundo y se doctoró cum
laude. Entre medias, veranos en el campo, en casa de los abuelos, para
asentar los pies en la tierra, decía su madre. Estaba a punto de entrar a
escena. Todo estaba preparado para una aparición estelar al más puro estilo de
Hollywood. Todo el parlamento lo esperaba. Medios de comunicación de más de
cincuenta países estaban presentes. Junto a él, su mano derecha, el más
veterano de todos sus ministros, el hombre fuerte de su gobierno, que intentaba
tranquilizarle: Vamos, todo va a salir
bien. Relájate. Eres nuestro presidente y los que están ahí te respetan. La
cámara vivía bien, el pueblo no tanto. Pero él era de la familia. La situación
estaba a salvo con él. El continuismo de la oligarquía elitista estaba
garantizada. El camino de la austeridad popular marcaría el rumbo de los
próximos cuatro años de legislatura, como mínimo. Tal y como ordenaba el lógico
sentido económico. Unos años de exprimir a la mayoría para restaurar el sistema
financiero que sostuviera el estado de bienestar arriba y malvivir abajo. No
sería difícil. Las bases estaban bien establecidas. Solo había que asegurar la
finalización de los proyectos de reformas y recortes ya programados. En ese
momento lo anunciaron. Las luces se apagaron y un foco único alumbró el
púlpito. Entonces se acordó de su abuelo, de sus manos, de la tierra, de la
gente de aquel pueblo… y salió a escena. Subió los cuatro escalones y se plantó
delante de los micrófonos. El parlamento se puso en pie y explotó en un
atronador aplauso que duró casi un minuto. Cuando hubo finalizado y todos se
sentaron en sus escaños el recinto sucumbió en un monumental silencio, solo
roto por el sonido chispeante de los flashes de las cámaras de fotos. Miró con
firmeza a su ministro y éste supo, de inmediato, que algo no iba bien. Se quitó
la corbata con absoluta calma y se desabrochó el botón que le oprimía la
garganta generando un murmullo que aún iría creciendo. Lanzó al suelo la
chaqueta y se remangó la camisa. Pidió silencio porque el rumor era ya bastante
elevado. Entonces alzó la voz:
- Ya
es hora de que aquí se haga lo que se pide a otros que hagan. Ya es hora de
sentirse pueblo en esta cámara. Olvídense de coches oficiales y cojan el metro,
suban al autobús, pedaleen, caminen… Olvídense de sueldos desproporcionados,
dietas y suplementos que no necesitan. Todo el que se siente ahí que lo haga
por vocación, por convicción, por deseo… no por dinero. Que lo haga para servir
no por el poder. Que lo haga para trabajar no para encargar trabajo. Que lo
haga con el corazón no con el bolsillo. Mírenme, mírenme bien. No soy vuestro
enemigo. No soy el enemigo de nadie. Ha llegado la hora de la verdad.
Se
quedó de pie, en silencio ante los micrófonos, observando a sus colegas vituperando con inquina durante más de un minuto. El escándalo en el parlamento convertía
aquel foro de discusión política en un corral de gallos. Mientras él, en su íntima
serenidad, se acordaba de su abuelo.
Luego
se oyó un disparo y luego otro y luego otro…
Comentarios
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Felicitaciones!!!
abrazo