EL SEÍSMO
Santiago de Chile, 11 de Agosto, 21:00.
Simón
Vargas estaba en la ducha cuando sintió el temblor de todo el edificio. Una
mano en la pared y otra en la mampara fueron suficientes para evitar la caída.
El seísmo duró apenas un par de segundos y no tuvo la intensidad de otras
veces. Al volver la calma oyó un crujir vítreo que procedía del interior del
apartamento. Se secó y a pesar de estar solo en casa se cubrió de cintura hacia
abajo con una toalla oscura. Salió al pasillo y vio que todo estaba intacto. Se
pasó por los dormitorios y no encontró restos de ningún estropicio. Pensó que
podría haber sido algún elemento de la vajilla y se acercó a ver el estado de
la cocina. Abrió el mueble y pudo comprobar que tanto los vasos como los platos
estaban tal y como los había dejado antes de meterse en el baño. Ninguna
rotura. La verdad es que la sacudida había sido bastante leve y era lógico que
nada se hubiera roto. Tal vez el ruido fuera de otra cosa o un engaño de la
mente. Se dirigió al dormitorio y se vistió cómodamente. Acudió al salón, se
sentó en el sofá y encendió el televisor. Entonces, lo vio. El marco de su boda
no constaba en la pared. Retiró el mueble bar y allí estaba. En el suelo, el
cristal partido, el marco desarticulado, la alcayata suicidada. Como pudo,
metió un brazo entre el mueble y la pared. Consiguió alcanzar con las yemas de
los dedos el filo de la estampa. Puso los dedos a trotar en el aire con la
intención de tocar la foto e ir acercándola para asirla después. Pronto rozó el
cristal y la piel de su dedo corazón se abrió como una carta ansiada. No gritó.
Apretó el gesto y se llevó el dedo a la boca. Finalmente optó por retirar un
poco el mobiliario y recuperó los escombros de la imagen de su enlace
matrimonial. Se sentó en el sofá, de nuevo, y se puso aquellas piezas de puzle
sobre las rodillas. Pensó en las razones de tal destrozo, sorprendido, teniendo
en cuenta que el temblor podría haberse considerado como algo leve. Examinó
todas las partes del quebrantamiento. La pared estaba carcomida y el espiche
desprendido. La alcayata oxidada y descamada. El marco frágil y despatillado.
El cristal fragmentado. La imagen no andaba muy estropeada. El tiempo la había
amarilleado un poco y el accidente y el posterior rescate la habían marcado con
alguna arruga nada importante, pero su mirada henchida era la misma y la
belleza de su esposa, sostenida en una inmensa sonrisa, no habían cambiado ni
un ápice. Entonces, recapacitó en si no tendría que haber revisado aquel
sencillo marco de madera de pino, de vez en cuando. Si no tendría que haber
reforzado aquel pedazo de pared. Si no tendría que haber sustituido el espiche
y la alcayata. Si no tendría que haberlo cuidado… de vez en cuando. Lloró.
Cuando
Martina Zúñiga salió del trabajo fue atracada por un hombre vestido de negro.
Un señor de metro ochenta y complexión fuerte que no tuvo piedad de ella. La
llevó a cenar al Mestizo, en pleno parque Bicentenario. La empujó a bailar
hasta altas horas en el club Mamba y se guardó fuerzas para invadirla en el
asiento trasero de un Volkswagen, como si fueran dos jóvenes animales.
Comentarios
Saludos.
tu relato me recordó lo que le ocurrió a un escritos conocido acá y que estaba en trámites de divorcio y que luego del terremoto y tsunami del 2010 sopesó lo efímero del éxito y de las cosas y de "la libertad de macho" y optó por recomponer su matrimonio y hacer un cambio de vida
la natura siempre nos da lecciones , cada día trae su afán, lo inteligente es saber notarlo y hacerlo experiencia de vida.
gracias por tu huella
buena semana
Un saludo
Un saludo
Felicitaciones por cada publicacion!!
Es genial ser parte!
besos