MANHATTANHENGE
El
ser humano tiene, entre otras muchas cualidades, la de sorprender y
sorprenderse con una facilidad pasmosa. Tal vez se deba a que establece una
realidad en su cabeza, que adjudica universal. Tal vez sea verdad que vive,
como decía Platón, en la caverna donde solo se reflejan sombras que proceden
del mundo real. El caso es que es fascinante lo humilde que nos hace el sentido
de la sorpresa. Cualquier amigo puede dejarte de piedra con un comentario o
crítica descerebrada o con un elogio desmesurado, cualquier ser diminuto puede
dejarte fascinado con un gesto impredecible o un ataque voraz. En Manhattan, la
ciudad de los rascacielos, en el corazón de La Gran Manzana, se produce (un par
de veces) cada año un fenómeno impresionante. El sol se alinea con las calles
para ofrecer un espectáculo tan sumamente bello que el mundo parece detenerse.
El neoyorquino de marras para su coche en mitad de la vorágine de un tráfico
desorbitado, se baja del vehículo y se queda pasmado mirando al sol. Así es,
toda la ciudad alucina con este inmenso show de la naturaleza. El mérito,
evidentemente, no es del sol, que hace eso todo los días, en realidad. El
verdadero valor es que el ser humano, que ya ha pisado la luna, que es capaz de
inventar un colisionador de hadrones para desafiar al tiempo, que ha puesto a
volar construcciones de toneladas de metal, que ha provocado mil y un inventos increíbles… ese hombre aún se sorprende por una
puesta de sol. ¡Qué grande somos! Ojalá conserve toda mi vida la capacidad de sorprenderme, y si no, ya habrá alguien capaz de hacerlo por mí. Seguro.
Comentarios
Seguro que sí. Si a estas alturas aún no ha perdido la capacidad de sorprenderse...
Un abrazo.
Me encato este post
Debo felicitarte por las publicaciones que nos traes a diario, Te sigo!!!
besos
Felicitaciones por cada publicacion!!
Es genial ser parte!
besos