ESPERANZA DE VIDA


Se oficiaba el bautizo del hijo de una prima segunda por parte de madre de su esposa. Se ofrecía un maravilloso almuerzo y posterior barra libre en el restaurante de un conocido hotel de la localidad. Todo ello sufragado por los bolsillos del abuelo de la criatura puesto que los padres andaban en el paro y cobrando una ayuda de cuatrocientos treinta y dos euros. Al convite no le faltaba un detalle, eso sí. Miguel y su mujer fueron acomodados junto a otras cuatro parejas. Un matrimonio de odontólogos; un maestro de escuela y una enfermera de geriátrico; un cocinero y una monitora de zumba; un contable y una peluquera.
El cocinero pronto rompió el hielo con alusiones al condumio y la excelencia del lugar. La monitora de zumba y la peluquera conectaron rápidamente comentando el estilismo de la madrina del evento. Los odontólogos oían y observaban, cuchicheando con disimulo sobre la asimetría dental del contable. El maestro de escuela opinaba en todas las conversaciones. La enfermera de geriátrico miraba de reojo a la abuela del homenajeado y el contable dudaba con apuro si el sobre que pretendía ofrecer a los anfitriones cubriría el gasto de sus cubiertos.
Al cabo de unos minutos la conversación derivó en la situación del país, el deterioro económico, la lamentable clase política, la desconfianza de los recién llegados a ella, el paro. Así se llegó al tema de las pensiones y el hecho evidente de que nuestra esperanza de vida ha crecido notablemente.
-       Es que ahora hacemos más deporte – comentó la monitora de zumba hallando rápidamente el apoyo de la peluquera.
-       Y nuestra nutrición es mejor, más equilibrada - apuntilló el cocinero.
-       Tenemos más educación sobre los hábitos saludables y desde más temprana edad – añadió el maestro.
-       Sin duda, incluso con la crisis, disponemos de más comodidades de las que disfrutaron nuestros abuelos. – dijo el contable.

Los odontólogos sonreían y continuaban susurrando entre ellos sobre el estado bucal del resto de comensales. Miguel y su esposa seguían atentos la conversación.
-       Los fármacos – intervino la enfermera.
Todos callaron y se quedaron mirándola, incluso los odontólogos.
-       ¿Cómo? – preguntó la peluquera
-       Antes llevábamos una vida más sana. Mi madre iba al mercado andando todos los días y subía a pié a un tercer piso. Todos los días. Mi abuela le daba de comer fruta que sabía a fruta, comía verduras sin químicos, pescado fresco, carne sin esteroides y leche recién ordeñada. Sabían perfectamente que no debían abusar de nada y como combinar los alimentos semanalmente. Hoy hacemos un día deporte y después cogemos el coche para todo. Subimos en ascensor a un primer piso y no nos levantamos del sofá ni para encender o apagar la luz, que ya, también lo hacemos con un mando a distancia o dando una o dos palmadas, según toque; y lo que comemos es una auténtica porquería. Lo que nos mantiene vivos más tiempo son los fármacos, os lo aseguro.

Al día siguiente, Miguel, se levantó temprano, se tomó un zumo de naranja recién exprimido y un sándwich de pavo light. Se puso el chándal y las deportivas y se echó a correr. Cuando llegó al parque de los Príncipes se cruzó con el contable y la peluquera. A la altura del estanque de los patos coincidió con el cocinero y un poco más adelante montaban en bici el maestro y la enfermera. Miguel saludó a todos con gracia y con todos cruzó miradas cómplices. Cinco minutos después Miguel se encontró mal, notó aceleración en el pulso, el sudor se volvió frío y sintió opresión en el pecho. Tenía sensación de fatiga y ganas de vomitar. Antes de darse cuenta de que las piernas le flaqueaban ya estaba en el suelo. Afortunadamente para él, el odontólogo salía a pasear al perro por aquel parque cada mañana. Lo atendió, le puso una pequeña pastilla de cafinitrina bajo la lengua y antes de tener que aplicarle un masaje cardio-respiratorio ya estaba consciente.
Por suerte, no pasó nada. Al día siguiente Miguel acudió a un cardiólogo, le detectaron una leve anomalía vascular y en pocos días estaba llevando una vida normal, eso sí, con un tratamiento de fármacos para siempre. Lástima que el mismo día de su jubilación, a los sesenta y siete años, tres meses y seis días concretamente, Miguel sufrió un accidente de tráfico que lo llevó al camposanto. Sus cenizas fueron esparcidas por el parque de los Príncipes. 

Comentarios

De algo tendremos que morirnos, nos cuidamos de unas cosas y la vida nos da una que otra sorpresa y... punto final.

Gracias por visitarme,

un abrazo.
Loli Salvador ha dicho que…
Si no moría de infarto, moría en carretera, el caso es que no llegó a cobrar la pensión de jubilación, y mira que eso me fastidia. Por lo demás, hoy tenemos más fobias, más dependencias, menos memoria, más insomnio, más depresiones, más fármacos en el botiquín de casa, más dietas pobres, más productos procesados, peor salud física y mental y vida más larga, no siempre con calidad.
Un saludo, Jesús
Jo ha dicho que…
pues ultimamente alguien en mi familia habla mucho sobre morir. creo que en realidad es como si hablara de alguien a quien espera desde hace un tiempo.

espero que no con ansia.

yo a veces pienso en como sería morirme ... y a veces creo que mi vanidad me da de zapes porqque no quisiera morir cuando no pueda moverme o valerme por mi

...

supongo que nos cuidamos de algo y tal vez terminemos muriendo distinto.

todo un tema
telefono de Mascoteros ha dicho que…
Me encanta el blog!
Felicitaciones por cada publicacion!!
Es genial ser parte!
besos

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