EL CUADERNO DE DOS RAYAS


Ayer estuve ayudando a mi hijo a resolver su tarea. Su cuaderno de dos rayas me dio que pensar. Lo veía aplicado, con media lengua asomando por la comisura diestra, con las uñas sonrojadas de apretar el lápiz, dispuesto a mantener las letras dentro de las líneas limitadoras. Lo consiguió, evidentemente, porque es responsable y tenaz. Lo consiguió a pesar de acelerarse y despistarse también. Al finalizar le pregunté por lo escrito y casi no lo recordaba. Entre sonrisas cómplices y cosquillas fulminantes decidimos releerlo. Encontramos entonces letras desaparecidas, tildes ausentes y espacios abandonados. Agarramos la goma y corregimos lo ineludible, recuperamos el lápiz e incorporamos lo carente. Disfrutamos de todo ello.
Un día, no sé cuando, alguien nos robará el cuaderno de dos rayas, nos plantará delante un folio en blanco y nos pondrá en la mano un bolígrafo de tinta indeleble. Nos olvidaremos del contenido y habrá que volver a leerlo porque el riesgo de adulterar la forma habrá desmesurado. Haremos grotescos tachones porque ya no habrá goma de segundas oportunidades ni habrá nadie para ayudarnos, para compartir las sonrisas ni para sufrir las cosquillas. El folio será un desastre a ojos ajenos, las manos quedarán manchadas de tinta azul, la letra será ilegible y tú estarás triste y cansado, sin ganas de ser tenaz. Pero en ese folio desdibujado habrá un poema, porque eso es lo que somos, todos y cada uno de nosotros. Un poema enorme, torcido y tachado pero bello, real y profundo. Un poema que, cuando llega el folio en blanco, ya nadie puede corregir.

Comentarios

Micaela ha dicho que…
¡Qué historia tan bonita y a la vez melancólica! Con el paso del tiempo todos dejamos de ser un cuaderno a dos rayas. Nos podemos volver más vulnerables y nos cuesta más enfrentarnos a la inocencia de las cosas. Un abrazo.

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