NO ME JUZGUES



No me juzgues. No cometas el error de creer que entiendes lo que me está pasando. No me mires con displicencia ni anticipes mi caída. No me valores por este momento ni por aquel otro ni por el que venga más tarde. No me conoces. No. No digas lo que harías tú en mi lugar porque no lo sabes. No lo estás ni lo estarás nunca. No te decepciones, no te he dado ese derecho, ni a ti ni a nadie. No sabes de donde vengo ni por qué actúo de esta manera o cualquier otra. Mis zapatos no son tuyos ni de nadie. No son de un número ni de otro. Son solo míos. Me aprieten o me vengan grandes son los que tengo y con ellos llegaré hasta el fin del mundo. Un fin del mundo que solo yo decido cuál es, donde está, cómo se llega y dónde acaba. Sí, así es, y si decido que el fin del mundo son sus labios allí iré. Allí llegaré con todos mis prejuicios, con mis verdades y mis sueños. Con todo lo que sea capaz de recoger por el camino. Arrastraré las miradas acusatorias de todos vosotros, los dedos índices, los insultos y las burlas. Me haré una manta con ellos para soportar el frío del rechazo ajeno y alcanzaré su boca. Dormiré allí, no sé cuánto tiempo, y cuando me vaya no me importará ya que me juzgues. Podrás hacerlo entonces como mejor te parezca porque ya seré inmune. Porque eso es lo que pasa cuando uno hace lo que realmente quiere. Te invito a qué pruebes un día a hacerlo, sin miedo, sin confesiones ni purgas. Con ansia. Ve, sal fuera de tu estrecha existencia y vive. Yo no voy a juzgarte. Te lo aseguro.

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