EL RUIDO


Hoy el día se ha despertado aciago en el aljarafe. Pareciera que el clima se empeñase en impedir la confianza en el estío. Así que el plan inicial de disfrutar del sábado en la playa se ha venido abajo en el primer parpadeo. Una pena. Pero lo que ningún gris opaco iba a reprimir eran las ganas de abandonar el hogar por unas horas. Nos subimos al coche y nos dirigimos a desayunar a La Mundana, un lugar exquisito situado en La Pañoleta, en Camas. Mientras trazábamos municipios mi acompañante arrió la ventana esperando recibir el frescor único del aire natural. Ese que alienta a los hombres, que borra las huellas, que transborda perfumes y alimenta el verdor. Sintió, en cambio, el golpeo violento del aire veloz, y entonces, izó la ventana pero sin llegar a cerrarla completamente, como intentando amortiguar el empuje del viento sin llegar a renunciar a su caricia intangible. Digamos que el borde del vidrio quedó a dos dedos del cierre absoluto, como un beso que uno, por miedo al rechazo, no se atreve a dar. El ruido que se produjo fue atronador. Un estruendo de lo más desagradable. Algo que seguro os ha ocurrido a todos alguna vez. Inmediatamente cerramos la ventana hasta provocar un alivio celestial en los oídos y la mente. Se me ocurrió pensar que esto mismo ocurre con nuestras relaciones afectivas. A veces, uno vive inmerso en historias de amores imposibles, de toxicidades maravillosas y venenos deliciosos. Llegado el momento, con lucidez admirable, uno toma la dolorosa decisión de poner fin a la historia, de cerrar la ventana. Tomando fuerza de lugares profundos, de vísceras, izamos el cristal con intención absoluta de sellar la sentencia. Y entonces, por hache o por be, no terminamos de cerrar la ventana de la historia y los sentimientos del todo y el aire veloz azota la hendidura leve. Se provoca entonces un ruido que resulta ensordecedor y molesto hasta límites imposibles de soportar por el oído, la mente o el corazón humano. Un ruido que solo puede evitarse cerrando definitivamente. Pero ya sabes, deberás estar dispuesto a renunciar a eso que alienta a los hombres, que borra las huellas, que transborda perfumes y alimenta el verdor.

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