CRÓNICA DE UN PAÍS IV

Llegó al tribunal de extranjería sobre las nueve y media, a pesar de que la cita no era hasta las diez y cuarto. Se vistió con su mejor traje, camisa blanca y corbata a juego de Balbino Bernal. Había recorrido ochocientos kilómetros. Iba a impugnar la expulsión de su hijo. La sala de espera estaba abarrotada, el bullicio de la muchedumbre era ensordecedor. Los lamentos y la indignación empañaban las sienes. El sentimiento de injusticia humedecía los párpados. Un funcionario abrió la puerta y una pareja salió llorando de la sala judicial. El funcionario pidió silencio y nombró a alguien. Un señor mayor de rasgos incas se levantó, se persignó y avanzó hacia él con la cabeza gacha y las manos trémulas. Aprovechó la cobertura y se sentó en su lugar. Tenía los papeles en las manos hechos un cilindro. Los abría y cerraba compulsivamente mientras observaba al género humano. Aquello era un collage de culturas y razas. Podían diferenciarse varias lenguas distintas, castellano, francés, portugués, árabe… Lo curioso era que, cerrando los ojos, ignorando los códigos lingüísticos, los lamentos eran todos iguales, el llanto era llanto, el enojo era enojo, la rabia era rabia en todas las lenguas. Llegada su hora, fue convocado por el funcionario. Se dirigió a la sala como quien marcha al patíbulo. Entró y reconoció al juez de inmediato. Había sido policía nacional treinta y cinco años, veinte de ellos en aquel hermoso lugar. Así que, alguna que otra vez había tenido que pasar por los juzgados. Un funcionario entregó un informe al magistrado. Lo abrió y antes de empezar a leer alzó la vista. - Hombre, García, ¿qué hace usted aquí? – le preguntó de inmediato el señor juez. - Ya ve, señoría, las vueltas que da la vida. No vengo por mí, vengo por mi hijo, que fue expulsado la pasada semana. - Vaya por déu - ¿qué pasó? - Pues el chico no habla la lengua y… - Shh, shh, - le interrumpió inmediatamente el magistrado - Si no habla la lengua no hay nada que hacer, García, lo siento. – firmó el informe y lo cerró. - Pero… - No me toque los collons, García, que ya sabe usted cómo va esto. No hubo posibilidad de defender la causa. Dos guardias de rojo uniforme lo “invitaron” a salir de la sala y lo acompañaron hasta la misma puerta del edificio. Pasó el siguiente a la sala. Hombre apocado, enjuto. Al acercarse al estrado se destapó la cabeza, llevaba una gorra irlandesa que sostuvo exprimiéndola en las manos. El secretario le entregó un informe al juez. Lo abrió y leyó a esa velocidad que solo los jueces y notarios saben leer, emitiendo un balbuceo en el que ya se denota que la mitad del contenido le importa un carajo. En esas, el funcionario reconoció al hombre apocado: - ¡Cony! ¡Es Paco! – dijo el funcionario en voz baja. - ¿Otro que no habla la lengua? – soltó el magistrado elevando la voz sin levantar la mirada del informe – ¡Pues al carrer! Miró el magistrado al funcionario, que observaba con gesto circunspecto al pobre Paco mientras abandonaba la sala, y le preguntó: - ¿Acaso lo conocía usted? - Así es, señoría. Es Paco… - Pues no habla la lengua – le interrumpió otra vez – elevando los hombros y las cejas y cruzando los brazos. - Es Paco, mi vecino de arriba, el mudo.

Comentarios

GoGo ha dicho que…
Estoy agradecido por la claridad con la que desglosas conceptos complejos.

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