LA JORNADA ELECTORAL


La jornada Electoral.
El día de las elecciones municipales mataron a Federico. Fue un domingo de Mayo. El pueblo no tenía más de ciento veinte habitantes, de los cuales solo ochenta y uno cumplían con los requisitos necesarios para obtener derecho a voto. En las elecciones anteriores los electores sumaban ochenta y todos ejercieron su derecho. El resultado fue de empate técnico: cuarenta votos a favor de los rojos y cuarenta votos a favor de los azules. Esta vez, sabiéndose de antemano que allí nadie cambiaba nunca de parecer, el resultado dependería de la inclinación política de Federico, un chaval de veinte años que se estrenaba en esta campaña. Nadie en el pueblo tenía la certeza de por dónde acabaría tirando el joven. Federico, un humilde preparador de cachimbas, nunca había mostrado ningún interés por la política. Cuando surgía la conversación procuraba evadirse o desaparecer directamente. Pensaba que todos los políticos eran iguales. Que la única intención que motivaba sus actos era el beneficio propio y el de sus allegados. Nunca percibió una decisión real por procurar el bien social, no, al menos, si requería del sacrificio propio. Nunca sintió el servilismo que, según él, debían mostrar los gobernantes para con los ciudadanos, más bien lo contrario. Y si alguna vez aparecía algún ser humano con condiciones óptimas, solía permanecer en segundo plano, con poco poder para hacer nada más que sugerir algo a sus líderes y acabar abandonando la actividad en el más absoluto hastío. Así que, en definitiva, Federico no creía en la política, no la que se hacía entonces, claro.
Pero aquella mañana todo estaba preparado para que la participación de Federico fuera políticamente decisiva... ironías de la vida. Así pues, el colegio electoral se abrió a las nueve en punto de la mañana. La mesa electoral la presidía Estrella, una joven estudiante de periodismo de pelo oscuro y ojos verduzcos. Don Francisco, farmacéutico, y Doña Trini, la maestra de la escuela, eran los vocales. Todos los censados fueron asistiendo con regularidad y constancia hasta que a las dos de la tarde solo faltaba Federico.
A las siete de la tarde, viendo que no se presentaba, el alcalde en funciones y el líder de la oposición decidieron ir a buscarlo. Fueron ellos quienes lo encontraron tirado en la puerta de la casa con el cuerpo bañado en sangre y con el sobre electoral entre los dedos.
El caso se puso de inmediato en conocimiento de las autoridades judiciales, que nunca encontraron al culpable. El asunto trascendió a los medios de comunicación nacionales y pronto medio mundo estaba informado y pendiente de lo acontecido en aquel pequeño municipio.
Tras varios días de deliberación y análisis, los expertos determinaron que a la hora de la muerte las mesas electorales ya estaban abiertas y que aquel sobre no había sido tocado por nadie más que el malogrado Federico. Por tanto, el voto que hubiera dentro podía tomarse como válido a todos los efectos.
Se organizó un evento en el salón de actos del colegio ante cientos de medios de comunicación. Un notario presidió el acto en el que la joven Estrella, como presidenta de la mesa electoral, debería abrir el sobre y mostrar a todos el voto que el joven tuvo intención de emitir y que desnivelaría el empate. Ante las cámaras y micrófonos de medio mundo, Estrella tomó el sobre y lo abrió. Lo tuvo ante sus preciosos ojos unos segundos y antes de poder decir nada se desmayó.
Mientras todos acudían a atender a Estrella, el notario cogió el sobre, extrajo el voto y leyó ante los micrófonos:
Querida Estrella,
Perdona que te escriba esta carta en estas circunstancias. De no ser así nunca hubiera cobrado el valor para hacértela llegar. Te amo, te amo desde el primer día que te ví. Eres el ser más bello que ningún otro ser puede imaginar y si hay Dios está claro que debes ser de su creación. Siento que...

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