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LA CORRIENTE

Probablemente me dejaría llevar con ellos. Supongo que no lo dudaría. Entiendo que el corazón tiraría de mí, soltaría mis manos y lucharía por alcanzarlos. Sin pensar si quiera que tal vez fuera imposible, daría igual, porque si no fuera con ellos, ¿qué haría? ¿qué sentido tendría todo cuanto soy, todo cuanto hago o pienso? ¿Qué más daría firmar la defunción de todas mis historias si la corriente los lleva? ¡Qué dolor, madre mía! ¡qué dolor más grande! Y cuando llegara el momento de rendirse y entregarse a la corriente sería soportando la culpa de no haber sido capaz de protegerlos, de asirlos debidamente, de retener sus cuerpos junto al mío. Así que, ¿qué más daría la muerte? ¿qué iba a importar ya el tiempo? ¿qué razón quedaría viva? Casi no soporto imaginarlo, no creo que pudiera vivirlo. Ese hombre abrazado al tronco de un árbol viendo como la corriente le arrebata a sus hijos…

AQUELLA DECLARACIÓN DE SUSO GUEVARA (1ª parte)

Vuelvo con algo de Suso Guevara. Se lo dedico a mi hermana, que tanto le gusta.

Esperábamos sentados en el interior del coche, en la avenida de Andalucía, frente al número 35. El sol, anaranjado, jugaba a esconderse tras las nubes y cuando saltaba de una a otra dibujaba un alud ámbar en el parabrisas. Suso se preguntaba si no estaría haciendo la mayor estupidez de su vida, a pesar de que la lista era amplia y diversa. Las palabras bailaban con los recuerdos al son de un tango de Gardel en el escenario de su atormentada cabeza. Intentaba ordenar los vocablos pero el ritmo de sus vísceras le provocaba una afasia borrascosa. Al cabo de un par de horas, al otro lado de la calle, se abrió una puerta. Salió él. Vestía de manera informal aunque cubierto con un elegante abrigo negro de tres cuartos. Era más alto de lo que había imaginado y, a decir verdad, más atractivo. Lo observó mientras abandonaba la casa y le agradó entender que nadie saliera a despedirlo. De repente, la puerta volvió a abrirse y salió ella. Cogió una maceta que colgaba de una ventana y volvió a entrar en la casa. Yo casi no pude verla. Sólo me dio tiempo a distinguir una melena oscura suelta como una cascada de tinta china. Pero él sí. Lo supe cuando creí que las yemas de sus dedos, clavados en mi pierna diestra, ya alcanzaban a tocar el fémur. Grité. Cuando recobré el habla le dije:

- Es el momento, Suso, ve y habla con ella.

- No puedo -me contestó-.

Nunca había visto a Suso tan temeroso. No era un hombre que se distinguiera por pensar las cosas dos veces, pero estaba claro que aquello era diferente. Se estaba enfrentando a los fantasmas de su pasado, esos que durante tanto tiempo le habían acompañado. Así que no quise presionarlo.

- Joder, Suso, llevamos cuatro horas y media esperando y ¿ahora dices que no puedes?

- ¡No puedo! – subió el tono-.

- Vete a la mierda, tío. Eres un cobarde. Detrás de tanta chulería no hay más que un niñato acongojado. Pues aquí vamos a estar hasta que el sol nos caiga encima.

Una esfera de color naranja cayó sobre el parabrisas. Salí y miré al cielo, el sol permanecía en su lugar, entre las nubes, como un enfermo en su cama, cubierto por las cálidas sábanas blancas y, entonces, me di cuenta que estábamos estacionados junto a un bonito y maduro naranjo.

- ¡A tomar por culo!

Entré en el coche y eché mano a la llave que estaba en el contacto.


continuará...

Comentarios

Mercedes Pinto ha dicho que…
Pues vendré a seguir leyendo, ya me has enganchado, este Suso me gusta.
Saludos.
Jesus Dominguez ha dicho que…
Gracias, Mercedes, no esperaba menos de ti.

Un abrazo.
Recomenzar ha dicho que…
Me gustan tus letras y el sabor que le has dado al texto Y mientras te leo aprendo palabras que no conocía...........
besos con sabor a madrugada
Anónimo ha dicho que…
Por fin por aqui de nuevo, no sabes que alegria
Arantza G. ha dicho que…
el final de esta parte es como una fotografía, voy a por la segunda.

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