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LA CORRIENTE

Probablemente me dejaría llevar con ellos. Supongo que no lo dudaría. Entiendo que el corazón tiraría de mí, soltaría mis manos y lucharía por alcanzarlos. Sin pensar si quiera que tal vez fuera imposible, daría igual, porque si no fuera con ellos, ¿qué haría? ¿qué sentido tendría todo cuanto soy, todo cuanto hago o pienso? ¿Qué más daría firmar la defunción de todas mis historias si la corriente los lleva? ¡Qué dolor, madre mía! ¡qué dolor más grande! Y cuando llegara el momento de rendirse y entregarse a la corriente sería soportando la culpa de no haber sido capaz de protegerlos, de asirlos debidamente, de retener sus cuerpos junto al mío. Así que, ¿qué más daría la muerte? ¿qué iba a importar ya el tiempo? ¿qué razón quedaría viva? Casi no soporto imaginarlo, no creo que pudiera vivirlo. Ese hombre abrazado al tronco de un árbol viendo como la corriente le arrebata a sus hijos…

LO QUE NO PUEDES VER



Hace ya algún tiempo, años incluso, coincidí en un trayecto de autobús con un conocido que, por aquel entonces, estudiaba bellas artes. Hoy es un artista emergente y tiene un presente y futuro esperanzador. El caso es que entre diálogos intrascendentes y silencios medidos, él sacó una libreta y comenzó a dibujar lo que había ante sus ojos. Yo estaba sentado a su lado, así que lo que andaba delante suya no difería lo más mínimo de lo que yo podía ver, o eso creía yo. Con un lápiz de carboncillo comenzó a dibujar trazos vertiginosos que, como por arte de magia, hicieron florecer sobre el papel la figura obtusa de un señor, la desolada coronilla de otro por encima del cabecero de un asiento, o el peinado vetusto de una señora de avanzada edad. Todo con un sentido de la perspectiva y la proporción verdaderamente admirables. El baile de sus dedos sobre el pliego era algo hipnótico, te lo aseguro. Pero lo que más me sorprendió no fue su indiscutible talento ni su técnica depurada. Lo que más me llamó la atención fue que él veía cosas que yo no. Él veía movimientos de cabello que yo no apreciaba, él veía pliegues de ropa que yo no podía percibir. Él veía otra realidad. Él miraba lo que le rodeaba con otros ojos. Veía el mundo de una manera diferente hasta en el más mínimo y elemental detalle. Esa es la realidad del artista. Y entonces, toda esta bohemia reflexión me conduce, como siempre, a ti. Sí, porque tú eres mi motivo para sentirme artista; porque yo veo en ti virtudes que nadie puede ver, veo gestos y aspectos que ni tú puedes apreciar. Veo en ti una realidad que me fascina, que es solo mía porque sé que los demás no tienen la capacidad de percibir. Veo en ti movimientos de cabellos y pliegues de ropa que, otros no es que no aprecien o valoren, es que ni siquiera pueden verlos. Veo en ti un mundo que sólo yo percibo. Y si tuviera el talento necesario y la técnica adecuada, lo dibujaría. Y sería, sin duda alguna, una obra bella.

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