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LA CORRIENTE

Probablemente me dejaría llevar con ellos. Supongo que no lo dudaría. Entiendo que el corazón tiraría de mí, soltaría mis manos y lucharía por alcanzarlos. Sin pensar si quiera que tal vez fuera imposible, daría igual, porque si no fuera con ellos, ¿qué haría? ¿qué sentido tendría todo cuanto soy, todo cuanto hago o pienso? ¿Qué más daría firmar la defunción de todas mis historias si la corriente los lleva? ¡Qué dolor, madre mía! ¡qué dolor más grande! Y cuando llegara el momento de rendirse y entregarse a la corriente sería soportando la culpa de no haber sido capaz de protegerlos, de asirlos debidamente, de retener sus cuerpos junto al mío. Así que, ¿qué más daría la muerte? ¿qué iba a importar ya el tiempo? ¿qué razón quedaría viva? Casi no soporto imaginarlo, no creo que pudiera vivirlo. Ese hombre abrazado al tronco de un árbol viendo como la corriente le arrebata a sus hijos…

EL PAJARILLO


Delante de mi casa, cada mañana, un pajarillo se posa sobre mi cancela. Lo miro a través de mi ventana y la luz que atraviesa el cristal distorsiona el verdor de sus plumas primarias, la aurea altanería de su penacho florido, la caída elegante de sus plumas caudales. Se que le gusta jugar conmigo. Se que sabe cuando lo miro. Se que sabe que cree que me tiene. Se que no piensa que pueda dejar un día de asomarme a verlo. Así que, con irrespetuoso descaro, se posa cada vez que puede en la cancela de mi vecino. Y él sale insolente y bravo a regar su fructuoso jardín de flores. Lo mira de reojos con sus ojos seductores y no ve en el pajarillo su rabadilla creciente, ni su corona rizada, ni sus claras plumas escapulares. Termina de alimentar su ego de jardinero discontinuo y se esconde de nuevo, dejando a mi pajarillo ávido de deseo. Durante un par de días siempre, después de este episodio, el pajarillo desaparece. Y cada vez que se repite se rompe un poco el cristal de mi ventana. A pesar de ello, yo me asomo cada mañana esperando su regreso y al no verlo recupero mi vida íntima y solitaria. Luego, cuando aparece, me quedo observándolo y vuelvo a encontrar en él bellezas irrepetibles. Sé que un día dejaré de admirarlo y saldré a la puerta y lo miraré sin cristal traslúcido de por medio y entonces daré un tiro al aire para espantarlo y se irá a casa de mi vecino a mendigar miradas de afecto que nunca serán recibidas.
El cielo se llenará de pájaros una mañana. Las cancelas de mi calle las derribará el viento. Los cristales de todas las ventanas saltarán por los aires y yo pasearé entonces en mitad del vendaval sin saber a dónde ir pero con una sonrisa indeleble.

Comentarios

Marissa Tamayo ha dicho que…
Hola Jesús,
Linda narración. A mí también me fascinan los pajarillos y otros plumíferos. Vivo rodeada de bosques y de pájaros de todo tipo, los cuales me arrancan sonrisas y ensoñaciones. La Naturaleza es la fuente de mis gozos. Un abrazo y sigue escribiendo, poeta!!..

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