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LA CORRIENTE

Probablemente me dejaría llevar con ellos. Supongo que no lo dudaría. Entiendo que el corazón tiraría de mí, soltaría mis manos y lucharía por alcanzarlos. Sin pensar si quiera que tal vez fuera imposible, daría igual, porque si no fuera con ellos, ¿qué haría? ¿qué sentido tendría todo cuanto soy, todo cuanto hago o pienso? ¿Qué más daría firmar la defunción de todas mis historias si la corriente los lleva? ¡Qué dolor, madre mía! ¡qué dolor más grande! Y cuando llegara el momento de rendirse y entregarse a la corriente sería soportando la culpa de no haber sido capaz de protegerlos, de asirlos debidamente, de retener sus cuerpos junto al mío. Así que, ¿qué más daría la muerte? ¿qué iba a importar ya el tiempo? ¿qué razón quedaría viva? Casi no soporto imaginarlo, no creo que pudiera vivirlo. Ese hombre abrazado al tronco de un árbol viendo como la corriente le arrebata a sus hijos…

EL MIEMBRO FANTASMA

No hubo despertador esa mañana. La única lumbre atrevida penetraba por debajo de la puerta. Con su mano izquierda tomó la botella de agua que, como cada amanecer, lo aguardaba en la mesita de noche. Ante la imposibilidad de otra opción, también con su mano izquierda, se apoyó en el borde de la cama y tras calzarse torpemente se levantó. Aún no era septiembre. El inicio de las clases no suponía, por tanto, una amenaza. Se dirigió al baño para filtrar residuos y asearse un poco. Se lavó la cara como buenamente pudo y con el codo de su brazo derecho cerró el grifo, cortando la corriente de agua que manaba estridente. Sentir el contacto del latón cromado en el miembro superior diestro de su cuerpo le resultó extraño. Bajó a la cocina, pasó por delante de los perros ignorando su presencia, su hedor indigente, su reclamo húmedo. Tomó una rebanada de pan, cortada por su madre antes de partir al trabajo, y la colocó en la zanja del tostador casi sin mirar. Sin atención al quehacer abrió la nevera, la mantuvo abierta obstaculizándola con la pierna diestra y extrajo una tarrina de mantequilla y después un brik de zumo. Con su única mano posible untó la mantequilla y se dirigió al salón. Se vio a sí mismo tomar el brik de zumo entre el pecho y el bíceps derecho y sonrió. Siempre supo afrontar cualquier circunstancia de la vida con humor. La ausencia de sus progenitores lo henchía de libertad y a él le gustaba aprovecharse para holgazanear con desmesura. Aunque estuvo varias horas frente al televisor apenas le prestó atención. A media tarde recordó que había prometido tirar la basura. Había dos bolsas enormes, así que tuvo que dar dos viajes. Sintió en cada uno de ellos las finas y crueles asas marcarle los dedos de su mano. Así estuvo toda la tarde. Lidiando con su discapacidad parcial, pero haciendo, de mejor o peor manera, todo cuanto se proponía con su ahora hábil mano izquierda. Al final del día, se quitó la ropa y se puso el pijama, se metió en la cama y ante la voz enérgica de su padre soltó en la mesita de noche el móvil que había sostenido todo el día con su mano derecha y se echó a dormir.

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