Probablemente me dejaría llevar con ellos. Supongo que no lo dudaría. Entiendo que el corazón tiraría de mí, soltaría mis manos y lucharía por alcanzarlos. Sin pensar si quiera que tal vez fuera imposible, daría igual, porque si no fuera con ellos, ¿qué haría? ¿qué sentido tendría todo cuanto soy, todo cuanto hago o pienso? ¿Qué más daría firmar la defunción de todas mis historias si la corriente los lleva? ¡Qué dolor, madre mía! ¡qué dolor más grande! Y cuando llegara el momento de rendirse y entregarse a la corriente sería soportando la culpa de no haber sido capaz de protegerlos, de asirlos debidamente, de retener sus cuerpos junto al mío. Así que, ¿qué más daría la muerte? ¿qué iba a importar ya el tiempo? ¿qué razón quedaría viva? Casi no soporto imaginarlo, no creo que pudiera vivirlo. Ese hombre abrazado al tronco de un árbol viendo como la corriente le arrebata a sus hijos…
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ERIC MOUSSAMBANI
Recuerdo perfectamente aquel día en el que Eric
Moussambani saltó a las piscina en los juegos olímpicos de Sídney 2000. Nadie
se imaginaba lo que estaba a punto de ocurrir. Lo que pasó fue, desde mi punto
de vista, tremendamente admirable. Eric debía competir en los 100 metros libres
invitado por la organización sin necesidad de alcanzar una marca mínima. Aquel
buen hombre nunca había estado en una piscina olímpica. Llevaba a penas ocho
meses entrenando en la piscina de un hotel en Guinea Ecuatorial. Un aljibe que
medía poco más de veinte metros de largo. Así que cuando se acerco al borde del
agua creyó que aquel recinto medía cien metros y que no tendría que volver.
Pobre hombre. No empezó mal, a pesar de que su técnica distaba mucho de ser profesional,
pero poco a poco fue perdiendo fuelle y acabó la prueba en 1 minuto y 52,72
segundos. “Los últimos quince metros han
sido muy difíciles”, declaró. En esos mismos juegos el holandés Pieter Van
den Hoogenband consiguió la plusmarca mundial del momento con 47,84 segundos. Menos
de la mitad del tiempo que empleó Moussambani. El australiano Ian Thorpe tardó
siete segundos menos en recorrer los doscientos metros. Imaginaos la estampa.
Lo mejor fue la reacción del público, que se levantó de sus asientos y empezó a
animar a aquel extraño deportista que, a pesar de todo, no cesó en su empeño de
acabar la prueba. Moussambani alcanzó la fama internacional con su emotiva
hazaña y se convirtió en un héroe en su país. Posteriormente, Eric, mejoró
tanto su marca que llegó a clasificarse para los juegos de Atenas 2004 por
derecho propio, aunque no participó por un problema con su visado.
Muchas veces nos sentimos como Eric Moussambani, nos
parece que la piscina mide el doble de lo que mide realmente y los últimos
quince metros se nos hacen dificilísimos. Sin embargo, no sabemos lo que nos
espera si no acabamos la prueba. Puede que nos lleve el doble de tiempo que a
otros acabar lo que emprendemos. Pero nunca debemos dejar de luchar por
mantenernos a flote y finalizar aquello que decidimos comenzar un día, ya sea
unos estudios, una novela, un documental,… o curar una herida.
Así que, ponte el bañador, el gorro y las gafas y lánzate
a la piscina, y cuando creas que estás haciéndolo mal o que no puedes más oye
como te anima la grada y sigue.
Comentarios
usar para cambiar el mundo.
Felicitaciones por cada publicacion!!
Es genial ser parte!
besos