GERMANWINS
Aquel día se levantó temprano, antes que su
marido, cosa inusual porque él gustaba de tareas de jardinería en el pequeño
espacio verde que tenían en el patio trasero de la casa nada más amanecer.
Se aseó cuidadosamente, se puso una bata y
se dispuso a preparar el desayuno. Tenía un pequeño malestar estomacal aquella
mañana y se tomó un digestivo oral para intentar paliarlo. Al cabo de una hora
el malestar persistía y parecía ya algo más que una simple indigestión. Su
marido insistió en acudir al médico pero ella, de buena casta germana, aseguró
sentirse mejor de lo que realmente era cierto. Tenía que impartir clases de
piano a varios adolescentes esa tarde, así que debía aprovechar la mañana para
quehaceres ordinarios. Se maquilló un poco para disimular decadencias y se
vistió para salir a la calle. Acudió a la frutería sita en la Plaza Konrad
Adenauer, un lugar delicioso del bello Montabaur, entre Düsseldorf y Frankfurt.
Esperaba turno cuando oyó la noticia. El avión siniestrado en los alpes, la
cantidad de víctimas, las posibles causas… la vida de su hijo Andreas se le
atoró en la garganta. Salió lo más rápido que pudo en dirección a su casa.
Entró y encendió la radio. Era cierto. Miró por la ventana y vio a su marido
inclinado, liberando los tulipanes de malas hierbas. Le temblaron las manos. La
velocidad a la que las imágenes de su hijo pasaban por su cabeza le impedían
descifrar el mensaje de la radio pero el tono del locutor era suficiente para
asumir la magnitud de la tragedia. Abrió la puerta del mueble alto, sacó un
bote de pastillas lo abrió con fuerza desmedida y las pastillas saltaron del
recipiente como si fuera un explosivo de confeti. Se tiró al suelo, cogió dos
pastillas y se las metió en la boca, descendieron con dolor por la garganta
oprimida. Entonces su marido, el señor Lubitz, entró en la cocina y, con cierta
pavura le preguntó qué le pasaba. Ella le mandó callar poniendo su dedo índice
sobre los labios entreabiertos. Él escuchó la radio y se tiró a su lado.
Al día siguiente la policía se presentó en
su casa y los actos de duelo de familiares de víctimas no se hicieron para
ellos. Los pájaros los señalaban con su pico delator, las ramas de los árboles
los azotaban con ira, el viento murmuraba en sus oídos delaciones de entrañas.
Pero ella no podía responder a nadie ni a nada porque acababa de perder a su
hijo y se sentía tan culpable que no podía calmar su dolor, ni entenderlo, ni
asumirlo, ni explicárselo a nadie. Ningún sicólogo del mundo podría ayudarle a
separar la pérdida de la responsabilidad. ¿Por qué? Warum?
Comentarios
Felicitaciones por cada publicacion!!
Es genial ser parte!
besos