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LA CORRIENTE

Probablemente me dejaría llevar con ellos. Supongo que no lo dudaría. Entiendo que el corazón tiraría de mí, soltaría mis manos y lucharía por alcanzarlos. Sin pensar si quiera que tal vez fuera imposible, daría igual, porque si no fuera con ellos, ¿qué haría? ¿qué sentido tendría todo cuanto soy, todo cuanto hago o pienso? ¿Qué más daría firmar la defunción de todas mis historias si la corriente los lleva? ¡Qué dolor, madre mía! ¡qué dolor más grande! Y cuando llegara el momento de rendirse y entregarse a la corriente sería soportando la culpa de no haber sido capaz de protegerlos, de asirlos debidamente, de retener sus cuerpos junto al mío. Así que, ¿qué más daría la muerte? ¿qué iba a importar ya el tiempo? ¿qué razón quedaría viva? Casi no soporto imaginarlo, no creo que pudiera vivirlo. Ese hombre abrazado al tronco de un árbol viendo como la corriente le arrebata a sus hijos…

GAME OVER

 


Salió Luis con su balón bajo el brazo, llevando consigo la alegría de los diez años y la inocencia intacta. Encontró a sus amigos y se dispusieron a jugar un rato. Uno de portero y los otros dos rivalizando para hacer gol. Apenas llevaban cinco minutos de beligerancia cuando una vecina de mediana edad les llamó la atención y les invitó, sin ninguna cordialidad, a abandonar la contienda y buscarse otro terreno de juego. Los chicos abandonaron la pelota y marcharon al parque. Allí, inventaron un juego de aventuras en el que imaginaban que un volcán había entrado en erupción y el suelo estaba totalmente cubierto de lava. Saltaban del banco al arriate, del arriate al seto, del seto al árbol y entonces trepaban por él para ponerse a salvo. Reían, gritaban… Entonces apareció un vecino vituperante y amenazador, desaprobando el trato que los niños daban a la flora del parque, suponiendo la mala educación de sus progenitores y expulsándolos del vergel. Con la frustración en los hombros, se despidió Luis de sus amigos y se marchó a casa. Al entrar se dio de lleno con su madre, que acababa de llegar del trabajo. Jugamos a los playmobil, preguntó Luis y recibió la negativa por respuesta, alegando el cansancio diario de la jornada laboral. Y tú, papá, volvió a intentarlo el pequeño Luis, pero su padre aún tenía tareas del hogar por finalizar y no podía perder el tiempo en esas lides. Luis subió a su habitación, encendió la Play Station, se colocó los auriculares y se sentó en el sillón. Agarró el mando y comenzó a saltar entre plataformas deslizantes mientras una tortuga de tres pisos de envergadura intentaba devorarlo. A los diez minutos entró su padre en la habitación. Luis, otra vez con el video juego, otra vez, es que no sabes jugar a otra cosa, cuando yo tenía tu edad… Luis subió el volumen del auricular y escapó en tres saltos del colosal reptil.

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