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LA CORRIENTE

Probablemente me dejaría llevar con ellos. Supongo que no lo dudaría. Entiendo que el corazón tiraría de mí, soltaría mis manos y lucharía por alcanzarlos. Sin pensar si quiera que tal vez fuera imposible, daría igual, porque si no fuera con ellos, ¿qué haría? ¿qué sentido tendría todo cuanto soy, todo cuanto hago o pienso? ¿Qué más daría firmar la defunción de todas mis historias si la corriente los lleva? ¡Qué dolor, madre mía! ¡qué dolor más grande! Y cuando llegara el momento de rendirse y entregarse a la corriente sería soportando la culpa de no haber sido capaz de protegerlos, de asirlos debidamente, de retener sus cuerpos junto al mío. Así que, ¿qué más daría la muerte? ¿qué iba a importar ya el tiempo? ¿qué razón quedaría viva? Casi no soporto imaginarlo, no creo que pudiera vivirlo. Ese hombre abrazado al tronco de un árbol viendo como la corriente le arrebata a sus hijos…

LO INCONCLUSO


Desde el siempre interesante muro de Concha Caballero contemplo una recreación digital de La Sagrada Familia de Gaudí finalizada. Una consumación informática de esta obra que el gran artista catalán no pudo acabar. Entonces no he podido evitar pensar en lo inconcluso. Lo perturbador de todo aquello que se nos queda a medias, como aquel “Prisionero despertando” de Miguel Ángel. Lo que dejamos a un lado, sabiendo que no le hemos extraído todo cuánto lleva, nos persigue toda la vida. Aquel proyecto que abandonamos por falta de presupuesto, aquella novela que no conseguimos continuar por escasez de tiempo o aquel romance que cesó porque ella o él se fue o alguien o algo nos obligó a dejarlo. Esas historia nos visitan por la noche como un fantasma atrapado en un palacete decimonónico. Hacen crujir los artesonados, percuten las paredes y tumban los retratos cuando la madrugada se nos desvela y pensamos en qué hubiera podido pasar si ella no se hubiera ido o si él hubiera sido más valiente para seguir a nuestro lado. Y todo porque se nos quedó un beso asomado en los labios que no tiene intenciones de morirse nunca. A veces, creemos en la superación de estos fenómenos espectrales porque se ausentan prolongadamente hasta que el destino decide, sin permiso alguno, por supuesto, devolver a estas personas a nuestra vidas, en el ámbito laboral, social, geográfico o vaya usted a saber qué caprichosa serendipia. Entonces lo que era claro se torna duda, lo evidente turbio y lo correcto interpretable… la rutina emoción, lo maduro pueril, lo lógico salvaje. Pero solo las mentes claras de amores honestos dilucidan el disfraz de la querencia popular a creer que cualquier tiempo pasado fue mejor o como decía Serrat “… no hay nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo perdí…”

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