21 GRAMOS
En 1901, un doctor llamado Duncan
Mcdougall se propuso demostrar la existencia del alma. “Si ésta existe debe
presentar masa y peso”, expuso el clarividente médico y desarrolló un
experimento destinado a detectar el peso del alma. Para ello, tomó a varios
enfermos moribundos. Los mantuvo sobre una balanza en los últimos momentos de
vida y observó que su peso sufría un ligero descenso justo en el momento de
exhalar su último aliento. Esta medida era siempre de veintiún gramos. “He ahí el peso del alma”, dijo.
¡Toma ya! Ni el aire que deja de inhalar el cuerpo, ni la acción cerebral, ni
el flujo de líquidos… nada, los veintiún gramos dichosos son del alma. Así que
el alma de Falete y la mía pesan lo mismo, veintiún gramos. Dice: “no, es que
no tiene nada que ver con lo que come uno”. Bueno y yo, que no rezo desde que
mi hermano Manuel no me lo recuerda por las noches, y un capillita de estos que
se zampa veinte oraciones diarias ¿qué? ¿qué no le engorda el alma? ¿también
nos pesa lo mismo? ¡Pues vaya inversión! Todo esfuerzo y sacrificios diarios
que me exige la santa iglesia católica apostólica y romana para nada, para
tener el mismo alma que el entrañable Charles Manson. Pues no lo entiendo. O al
Vaticano se le está escapando un detallito o el bueno de Duncan Mcdougall es un
enviado del diablo. Así cuando alguien vaya a venderle su alma a Lucifer no
podrá negociar el precio. Será como esos paquetes de snack que ya llevan
impreso el precio de venta al público. ¡Qué jodío! ¿Será eso? Pues puestos a
asumir esta quimera de fe, me parece a mí que las lleva clara el prójimo
conmigo. Suerte va a tener de que me queda conciencia, eso sí. Eso sí que
tengo, porque alma no sé, pero conciencia seguro. La conciencia que me
indujeron mis padres, los de verdad, los que me engendraron y me criaron.
Conciencia de lo bueno y lo malo, conciencia del viejo proverbio de “no hagas a
nadie lo que no te gustaría que te hicieran a ti” (abstenganse masoquistas en
este punto). Conciencia del derecho a una vida digna, a la igualdad, al
auxilio, al afecto… conciencia del respeto por todo lo que se mueve y lo que no
también. Conciencia de la buena educación. Conciencia de no llevarme nada que
no sea mío. Conciencia de civismo, de cuidar lo común de no abusar de lo que se
te ofrece. Conciencia del bien natural, de los animales y las plantas, del
mundo. Porque el alma no sé pero conciencia sí, señoras y señores, conciencia.
Que eso sí que pesa, mucho más de veintiún gramos.
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Saludos
Un abrazo¡