La Niebla II

Después de mandarlo su exmujer al puto carajo literalmente, dos veces, se dispuso a enfrentar un nuevo día de su anodina existencia. Al salir por la puerta de su casa sintió la niebla de nuevo, una niebla espesa que casi no dejaba ver los robustos pinos del parque que había al otro lado de la calle. Se paró observándola detenidamente y tras unos segundos de quietud alzó su puño diestro con el dedo medio en alto dirigiéndose al cielo. Partió. Dobló la esquina para alcanzar el auto y al llegar a él resultó que estaba bloqueado. Uno de sus adorables vecinos había estacionado tan cerca de su coche que casi no podría maniobrar para salir del aparcamiento. Se enojó. No era la primera vez que le ocurría, ni la segunda. Siempre el mismo vecino, siempre el mismo auto, un Ford Focus rojo con los cristales tintados y un adhesivo de ‘apple’ en la puerta del maletero. Sintió rabia, apretó el puño con el que sujetaba el maletín del trabajo y se llenó de ira. Hinchó las mandíbulas y se llenó de coraje. `Voy a dejarle una nota que se va a cagar’, pensó.

Colocó el maletín sobre el techo del coche, lo abrió, sacó un bolígrafo ‘bic’ azul y un folio blanco y cuando se disponía a escribir apareció su vecino, vestido con un chándal oscuro y unas zapatillas de deporte. Le dio los buenos días con una amable sonrisa, abrió la puerta del Ford, cogió unos auriculares, volvió a cerrar la puerta y se marchó al trote. Éste lo miraba mientras tanto, le sonrió, le devolvió los buenos días y lo vio marcharse.

Agachó la cabeza apoyándola en sus brazos que seguían sobre el techo del coche y se sintió imbécil. Volvió a guardar el folio y se le cayó el bolígrafo que le golpeó en el pie y se metió debajo de su auto. Apretó los dientes y bramó como un toro de lidia. Saltó pataleando sobre el suelo como un niño pequeño y se aguantó las ganas de llorar. Se arrodilló y miró bajo el coche buscando el bolígrafo. Lo vio y junto a él un brillo metálico le llamó la atención. Estiró el brazo, cogió el bolígrafo, palpó el metal y se lo trajo entre los dedos. Cuando abrió la mano ante sus ojos pudo ver que aquel trozo de metal era un clavo. Frunció el ceño y puso morros, giró el rostro a la derecha fijando la mirada en el neumático del puñetero Ford Focus rojo de su vecino. En sus labios se dibujó una sonrisa socarrona.


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