LA NIEBLA
Sonó el
despertador a la hora que siempre sonaba desde los últimos quince años. Se
levantó con pesadumbre, se aseó con desgana. Abrió el armario y, casi sin mirar
en su interior, palpó una camisa y luego un pantalón, sin colores, sin
prejuicios, sin intención, los asió y se cubrió la piel con ellos. Se puso los
zapatos que se ponía todos los días y ató los cordones sin pensar, sin medir
los lazos ni los cabos. Tomó un zumo de brik y una magdalena envuelta en
plástico que, a su vez, se contenía en una bolsa mayor con una docena de
magdalenas encapsuladas, como una fosa común de cadáveres en bolsas mortuorias.
Salió por la puerta sin echar el cerrojo. Se subió a su auto y partió, como
cualquier día, a su centro laboral. Al doblar la segunda esquina y enfilar la
rotonda se dio cuenta de la espesa niebla que se cernía sobre la villa. Antes
de alcanzar la estación de tren miró a su derecha y sintió la niebla cegarlo
todo. La antigua viña no se percibía en absoluto, ni el olivar de más allá. El
puente que debía atravesar las vías del ferrocarril era invisible a los ojos
humanos. Sin embargo, y a pesar de no percibirlo, continuó conduciendo confiado
en que el puente seguiría allí, que el auto no caería sobre las vías y
conseguiría alcanzar el otro lado de la carretera. Así fue, ocurrió tal como lo
había predicho. La niebla era, para entonces, un visillo blanco que se
interponía ente él y el mundo exterior. Reaccionó, por fin, encendiendo los
faros antinieblas que apenas le ofrecieron unos metros de claridad. Al cabo de
unos pocos kilómetros la niebla era ya un enfado olvidado, una crisis disipada,
una catarata operada con láser, una mentira.
Se dio cuenta
que la niebla no se había llevado nada, que solo lo había puesto a prueba de
cuán seguro estaba del camino a seguir. Llamó a su exmujer, se lo contó todo,
le explicó que, tal vez, habían pasado por un banco de niebla que no les dejaba
ver la realidad de sus sentimientos, pero que su amor, su historia, sus
propósitos y promesas estaban allí y eran reales aunque no pudieran verlo, que
había que conseguir que la niebla se disipara, que había que encender los
faros…
Ella le colgó
después de mandarlo al puto carajo.
Después de
unos minutos lo llamó, pero para asegurarse de haberlo mandado al puto carajo.
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