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LA CORRIENTE

Probablemente me dejaría llevar con ellos. Supongo que no lo dudaría. Entiendo que el corazón tiraría de mí, soltaría mis manos y lucharía por alcanzarlos. Sin pensar si quiera que tal vez fuera imposible, daría igual, porque si no fuera con ellos, ¿qué haría? ¿qué sentido tendría todo cuanto soy, todo cuanto hago o pienso? ¿Qué más daría firmar la defunción de todas mis historias si la corriente los lleva? ¡Qué dolor, madre mía! ¡qué dolor más grande! Y cuando llegara el momento de rendirse y entregarse a la corriente sería soportando la culpa de no haber sido capaz de protegerlos, de asirlos debidamente, de retener sus cuerpos junto al mío. Así que, ¿qué más daría la muerte? ¿qué iba a importar ya el tiempo? ¿qué razón quedaría viva? Casi no soporto imaginarlo, no creo que pudiera vivirlo. Ese hombre abrazado al tronco de un árbol viendo como la corriente le arrebata a sus hijos…

SPANNUNGSFELD

Después del divorcio, Marlenne, pasó por un período de inseguridad personal. Así que, después de mucho pensarlo, se volvió a matricular en la Universidad de Minnesota con la intención de acabar la carrera de Física que nunca debió dejar. Decidió acercarse a ver como estaba el campus, si había cambiado mucho desde que estuvo allí en los noventa. Paró el coche en la oficina de correos del trescientos de la avenida Washington y decidió caminar hasta la universidad. Pensó en Josh, en lo torpe que habían sido, en cómo habían dejado escapar la historia tan bonita que habían escrito entre ambos. Se emocionó, sintió la humedad de los ojos y se esforzó para que no lloviera en sus mejillas otra vez. Recordó el día aquel en el que lo vio por primera vez, la primera impresión, la voz, la aceleración de los latidos, los nervios, el aroma, todo. Pensó en cómo habían podido cambiar tanto, en cómo habían sido capaces de mentirse de esa manera, de faltarse al respeto en tal proporción, de discutir sin medida, de echarlo todo por la borda.

Entre pensar, tragar hiel y caminar, se encajó en la universidad sin sentir el entorno. Y una vez allí le impresionó la escultura de Spannungsfeld, del escultor alemán Julian Voss-Andreae. Se quedó mirándola de frente sintiendo que atravesaba el acero con la mirada. Giró en torno a ella durante varios minutos, viendo al hombre arrodillado y dejándolo de ver según el ángulo, la perspectiva, el lugar, el espacio, el momento, el amor, la mentira, el hastío y la ilusión, hasta que se paró frente a él, cara a cara, y se quedó mirándolo a donde debería haber unos ojos. Rompió en un llanto de alma, sostenido en los labios e indefendible en la mirada. Se subió al pedestal de granito sin dejar de mirar a los ojos inexistentes y abofeteó la escultura. Por mentirle, por la perspectiva aquella de ver a los demás desde ese punto en el que solo uno es capaz de hacerlo. Por el amor. Por el tiempo. Por Josh. Comprendió el poder de la ilusión óptica y entendió que eso es el amor, colocarse en un punto concreto desde el que tu realidad resulta completa, admirable, deseable e inquieta. Una realidad que, lamentablemente, puede cambiar hasta el punto de ser imperceptible al más mínimo movimiento. Así, como aquella escultura de Julian Voss-Andreae.


Comentarios

Roy Jiménez Oreamuno ha dicho que…
Yo volví a la universidad muchos años después y fue como volver a vivir, el amor siempre estará, pero nuestros amores a veces nos dejan abandonados a la mitad del camino.

Saludos desde Costa Rica

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