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LA CORRIENTE

Probablemente me dejaría llevar con ellos. Supongo que no lo dudaría. Entiendo que el corazón tiraría de mí, soltaría mis manos y lucharía por alcanzarlos. Sin pensar si quiera que tal vez fuera imposible, daría igual, porque si no fuera con ellos, ¿qué haría? ¿qué sentido tendría todo cuanto soy, todo cuanto hago o pienso? ¿Qué más daría firmar la defunción de todas mis historias si la corriente los lleva? ¡Qué dolor, madre mía! ¡qué dolor más grande! Y cuando llegara el momento de rendirse y entregarse a la corriente sería soportando la culpa de no haber sido capaz de protegerlos, de asirlos debidamente, de retener sus cuerpos junto al mío. Así que, ¿qué más daría la muerte? ¿qué iba a importar ya el tiempo? ¿qué razón quedaría viva? Casi no soporto imaginarlo, no creo que pudiera vivirlo. Ese hombre abrazado al tronco de un árbol viendo como la corriente le arrebata a sus hijos…

SIN AYUDA, SIN RETORNO

Intentó colarse sin billete, es cierto, pero eso no lo convierte en un mal chaval. Iba buscando un hogar, su hogar. Tenía un futuro ilusionante aún por conquistar, o eso le gustaba creer. Jugaba al fútbol y reía con facilidad. Bailaba y era presumido. Tenía amigos, muchos amigos. Estaba enamorado, de la vida, que se sepa. Estudiaba y no daba problemas a sus padres. Ayudaba siempre que se requería. Era bueno. Pero lo cierto, eso es innegable, es que no tenía ticket de viaje. Un trozo de papel, dicen. Y alguien lo vio subir, alguien a quien le habían encargado revisar que todo pasajero debía portar el billete de viaje. Así que, una vez descubierto, no le quedó otra opción que abandonar el transporte. Las miradas del resto de pasajeros asomaban por encima de los asientos. Nadie se ofreció a pagarle el viaje, nadie reprendió al revisor. Era un niño, tenía apenas 18 años y, parece ser, que no merecía la ayuda de nadie. Pero no desistió, buscó otros medios, deambuló, vagó por las calles, pensó en otras opciones. Estaba decidido a emprender el viaje y recordó la frase aquella de aquel anuncio de refrescos: ‘busca tus sueños’. Y como siempre nos pasa a todos, buscando una cosa encontró otra. Y buscando la vida encontró la muerte. Su delito fue no tener billete de viaje. Su pecado tomar una decisión errónea. Se llamaba Hassan. Apareció en los bajos de un camión en el puerto de Algeciras. No llevaba ropa de marca ni era guapo ni estaba bien peinado. Nadie lo buscó. Nadie divulgó su foto por las redes sociales. Nadie transmitió su entierro. Sus padres aún lo lloran, eso sí.

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