EL CUADERNO DE DOS RAYAS
Ayer estuve ayudando a mi hijo a resolver su tarea. Su
cuaderno de dos rayas me dio que pensar. Lo veía aplicado, con media lengua
asomando por la comisura diestra, con las uñas sonrojadas de apretar el lápiz,
dispuesto a mantener las letras dentro de las líneas limitadoras. Lo consiguió,
evidentemente, porque es responsable y tenaz. Lo consiguió a pesar de
acelerarse y despistarse también. Al finalizar le pregunté por lo escrito y
casi no lo recordaba. Entre sonrisas cómplices y cosquillas fulminantes decidimos
releerlo. Encontramos entonces letras desaparecidas, tildes ausentes y espacios
abandonados. Agarramos la goma y corregimos lo ineludible, recuperamos el lápiz
e incorporamos lo carente. Disfrutamos de todo ello.
Un día, no sé cuando, alguien nos robará el cuaderno de dos
rayas, nos plantará delante un folio en blanco y nos pondrá en la mano un
bolígrafo de tinta indeleble. Nos olvidaremos del contenido y habrá que volver
a leerlo porque el riesgo de adulterar la forma habrá desmesurado. Haremos
grotescos tachones porque ya no habrá goma de segundas oportunidades ni habrá
nadie para ayudarnos, para compartir las sonrisas ni para sufrir las
cosquillas. El folio será un desastre a ojos ajenos, las manos quedarán
manchadas de tinta azul, la letra será ilegible y tú estarás triste y cansado,
sin ganas de ser tenaz. Pero en ese folio desdibujado habrá un poema, porque
eso es lo que somos, todos y cada uno de nosotros. Un poema enorme, torcido y tachado
pero bello, real y profundo. Un poema que, cuando llega el folio en blanco, ya nadie
puede corregir.
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