LA VULNERABILIDAD
Recuerdo que hace unos años estuve de visita en un
zoológico de la provincia. El paseo entre aquellas criaturas cuyo hábitat
natural me es tan ajeno me resultó muy estimulante. Hubo momentos para todo:
risas, reflexiones, sobresaltos, lamentos, diálogos, sorpresas. Recuerdo,
especialmente, el momento aquel en el que nos acercamos a ver al Rey de la
selva. Pónganse en situación. Hacía calor, no mucha, calor de Mayo. Un león y
una leona descansan en mitad de un espacio cerrado de no más de mil metros
cuadrados. Entre ellos y nosotros distaban unos cincuenta metros, una cubierta
de metacrilato blindado, dos metros más, un foso, una reja de cuatro metros de
altura, dos metros más y una vaya de apoyo. En definitiva, riesgo cero. Pues
bien, en esas circunstancias nos quedamos observando y, entonces, algo que
hacemos, no sé, un gesto, un ruido tal vez, provoca que el león alce levemente
la testa y nos mire directamente. En ese momento que duró un par de segundos,
sentí que aquel enorme felino era capaz de recorrer el espacio, derribar el
metacrilato, saltar el foso, trepar por la reja y devorarnos en un segundo.
Nunca olvidaré aquella mirada que me hizo sentir tan vulnerable.
Sé que de pequeño te dijeron muchas veces aquello de que
tienes que ser fuerte. Sé que te habrán advertido que no resulta conveniente
mostrar tus debilidades. Sé que llevas el orgullo grabado en la frente, que
estás convencido de que hay que resistirse y mostrarse firme. Sé que sabes que
lo tuyo es ser valiente. Pero te digo una cosa: Ojalá un día alguien llegue a
tu vida haciéndote sentir vulnerable. El metacrilato, el foso, la reja y el
espacio serán ya cosa tuya. Pero ya te digo yo, que eso no te librará de esa
sensación tan maravillosa de ver tu vida en peligro en los ojos de otra
criatura… un león, una mujer, un niño…
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