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LA CORRIENTE

Probablemente me dejaría llevar con ellos. Supongo que no lo dudaría. Entiendo que el corazón tiraría de mí, soltaría mis manos y lucharía por alcanzarlos. Sin pensar si quiera que tal vez fuera imposible, daría igual, porque si no fuera con ellos, ¿qué haría? ¿qué sentido tendría todo cuanto soy, todo cuanto hago o pienso? ¿Qué más daría firmar la defunción de todas mis historias si la corriente los lleva? ¡Qué dolor, madre mía! ¡qué dolor más grande! Y cuando llegara el momento de rendirse y entregarse a la corriente sería soportando la culpa de no haber sido capaz de protegerlos, de asirlos debidamente, de retener sus cuerpos junto al mío. Así que, ¿qué más daría la muerte? ¿qué iba a importar ya el tiempo? ¿qué razón quedaría viva? Casi no soporto imaginarlo, no creo que pudiera vivirlo. Ese hombre abrazado al tronco de un árbol viendo como la corriente le arrebata a sus hijos…

LA VULNERABILIDAD


Recuerdo que hace unos años estuve de visita en un zoológico de la provincia. El paseo entre aquellas criaturas cuyo hábitat natural me es tan ajeno me resultó muy estimulante. Hubo momentos para todo: risas, reflexiones, sobresaltos, lamentos, diálogos, sorpresas. Recuerdo, especialmente, el momento aquel en el que nos acercamos a ver al Rey de la selva. Pónganse en situación. Hacía calor, no mucha, calor de Mayo. Un león y una leona descansan en mitad de un espacio cerrado de no más de mil metros cuadrados. Entre ellos y nosotros distaban unos cincuenta metros, una cubierta de metacrilato blindado, dos metros más, un foso, una reja de cuatro metros de altura, dos metros más y una vaya de apoyo. En definitiva, riesgo cero. Pues bien, en esas circunstancias nos quedamos observando y, entonces, algo que hacemos, no sé, un gesto, un ruido tal vez, provoca que el león alce levemente la testa y nos mire directamente. En ese momento que duró un par de segundos, sentí que aquel enorme felino era capaz de recorrer el espacio, derribar el metacrilato, saltar el foso, trepar por la reja y devorarnos en un segundo. Nunca olvidaré aquella mirada que me hizo sentir tan vulnerable.
Sé que de pequeño te dijeron muchas veces aquello de que tienes que ser fuerte. Sé que te habrán advertido que no resulta conveniente mostrar tus debilidades. Sé que llevas el orgullo grabado en la frente, que estás convencido de que hay que resistirse y mostrarse firme. Sé que sabes que lo tuyo es ser valiente. Pero te digo una cosa: Ojalá un día alguien llegue a tu vida haciéndote sentir vulnerable. El metacrilato, el foso, la reja y el espacio serán ya cosa tuya. Pero ya te digo yo, que eso no te librará de esa sensación tan maravillosa de ver tu vida en peligro en los ojos de otra criatura… un león, una mujer, un niño…


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